Desastre de Annual
La cadena de mentiras y disparates que provocó la mayor matanza de soldados españoles en el Rif
Órdenes erróneas, posiciones mal defendidas y mentiras por parte de Manuel Silvestre y otros oficiales… Con esta mezcla, el desastre estaba servido en julio de 1921

El 21 de julio se abrieron los portones del averno para la guarnición de Igueriben , extrema vanguardia del ejército español en el frente de Melilla. Tras más de un mes de resistencia sin descanso frente a los rifeños, miles de enemigos se lanzaron ... sobre su frágil posición con la vista puesta en el siguiente hito: el campamento de Annual . Decir que todo parecía perdido es quedarse corto, aunque, a pesar de ello, el comandante Julio Benítez Benítez se mostró inflexible: «Los oficiales de Igueriben mueren, pero no se rinden». Al final tuvo marcharse de allí a regañadientes, y solo después de que Manuel Silvestre , máximo responsable de las fuerzas y del avance hacia el corazón de la kábila de Beni Urriagel , le diese la orden.
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La retirada de las fuerzas de Benítez se tradujo en una escalofriante masacre. De los 300 hombres que guarnecían la posición de Igueriben, apenas arribaron a lugar seguro 25. Y de ellos, otros 14 cayeron presa de sus heridas. Tan solo sobrevivieron un sargento y 10 soldados. Pero aquella matanza fue solo el preludio de una mucho mayor. La caída de la avanzadilla fue como descorchar el cava que se ha agitado con fuerza durante minutos… Horas después, y al igual que el torrente de espuma sale sin control de la botella, un inconmensurable contingente rifeño se abrió paso a través del desierto y se lanzó de bruces contra Annual , centro neurálgico de las operaciones de un Silvestre que, inocente, hasta hacía unos días se creía intocable.

El resultado fue la muerte de entre 10.000 y 13.000 soldados del ejército español durante las labores de retirada, la generalización del pavor en Melilla (donde se creía que era imposible detener a los rifeños, liderados por el líder local Abd el-Krim ) y la llamada a toda prisa de la Legión para apuntalar la defensa del sector. Este proceso se ha resumido en la historia con cuatro palabras: el desastre de Annual . La bofetada fue tan letal para la moral peninsular que se organizó una comisión para estudiar las causas de la debacle y, a la larga, se hizo público el conocido como Expediente Picasso (que levantó ampollas y señaló con el dedo acusador a algunos culpables).
Lo que pasó de puntillas este informe es que el desastre de Annual fue la crónica de una muerte anunciada; un incendio que vino provocado por las mentiras de un Manuel Silvestre que, lejos de informar a sus superiores de las continuas derrotas que había sufrido en las cercanías de Igueriben , se acomodó en la ilusión de la victoria. Así lo afirma el divulgador histórico Manuel Serrano Vélez en «Silvestre o el sueño de un Imperio» (Almuzara), una obra que aborda una figura tan controvertida en su momento como lo es hoy y sobre la que ronda, todavía, una pregunta: ¿fue el máximo responsable de la mayor matanza de soldados españoles en el Rif? Desde luego, en palabras de este autor, no se puede eludir su responsabilidad.
Errores y más errores
Entender lo acontecido en Annual obliga a retroceder hasta comienzos del verano de 1921. Para entonces, las tropas españolas presentes en la zona de Melilla vivían uno momentos dulces debido a que habían logrado extender sus dominios en territorio rifeño sumamente rápido de la mano del general Manuel Fernández Silvestre . Con todo, la realidad es que la situación era un mero espejismo, pues la expansión se había hecho sin crear líneas de suministros de víveres eficientes ni edificar posiciones defensivas adecuadas para resistir al enemigo. Únicamente se habían construido -de forma salpicada- pequeños fuertes llamados blocaos a las que era casi imposible enviar refuerzos si eran sitiadas por las kábilas (tribus) enemigas.
El 7 de junio de 1921, Silvestre ordenó establecer la posición de Cudia Igueriben , ubicada a unos escasos cinco kilómetros de Annual . Su idea, en última instancia, era establecer la vanguardia del futuro ataque sobre Beni Urriagel , aunque a corto plazo buscaba defender uno de los principales accesos al campamento. Su creación fue, desde el principio, un despropósito. Serrano recuerda que, a pesar de estar ubicada en una loma –lo que la convertía en un bastión fácil de defender– carecía de una fuente natural de agua cercana y era necesario recorrer cuatro kilómetros y medio al día para poder abastecerla (la llamada « aguada »). El oficial al mando, el comandante Francisco Mingo Portillo , solicitó los medios para hacer un pozo. Se tomó nota, pero le fueron denegados.
Tampoco se dio excesiva importancia a los 3.000 rifeños que, de forma paralela, empezaron a establecer una línea de trincheras frente a Igueriben. Ese fue el segundo error, pero Silvestre y su Estado Mayor entendían que no suponían un riesgo inmediato. «Había un hostigamiento continuo y abundaban las confidencias alarmantes. El jefe de la posición pidió utilizar la artillería para repeler los ataques que sufría y le negaron la autorización para no provocar al enemigo», añade el divulgador en su obra. Ni Silvestre, ni su superior, Dámaso Berenguer , Alto Comisario de España en Marruecos , comprendieron que habían dejado de ser los cazadores y que se les estaba poniendo cara de presas.
A partir de este punto comenzaron las medias verdades por parte de un Silvestre cuyo único objetivo era continuar el avance hacia el seno del contingente enemigo. El 16 de junio, por ejemplo, la guarnición de Dar Buy Meyan sufrió un ataque mientras llevaba a cabo la habitual aguada que solo pudo ser repelido con una infinidad de bajas. Según se narra en «Silvestre, o el sueño de un imperio» , Berenguer solicitó un informe de inmediato y exigió saber si la batalla se había sucedido durante una operación de vanguardia española, prohibidas de forma expresa desde el alto mando. Su subordinado, lejos de exponer el problema que suponían los rifeños, se limitó a informar de forma ambigua de lo acaecido y escondió la envergadura del problema.

Otro tanto sucedió con las operaciones acaecidas sobre la cercana Loma de los Árboles , posición clave por su dominio del terreno y porque, de ser tomada por el enemigo, le ofrecería una considerable superioridad sobre Igueriben . El mismo 16 de junio Silvestre ordenó tomar aquella colina a pesar de que carecía de permiso para ello. Las fuerzas españolas, avisadas de forma previa de la fuerte resistencia, poco pudieron hacer ante el ingente número de enemigos que la defendían. Costó nada menos que 60 bajas, una cifra exagerada para la época y la zona. «Cuando se le comunicó lo ocurrido a Berenguer, sin decir la verdad ni mentira completamente, se le dijo que el enemigo había tenido 100 muertos y 200 heridos , pero se le ocultó la pérdida de la posición», añade el autor.
Aquello fue un despropósito. En su despacho, el Alto Comisario interpretó que la operación se correspondía con la defensa exitosa de una posición y no fue hasta el día siguiente cuando, desconcertado por la petición de refuerzos y ambulancias por parte de Silvestre, exigió explicaciones en un telegrama:
«Recibido telegrama V.E. en que da cuenta de la agresión a descubierta. Agradeceré que me diga si esa descubierta se efectuaba para asegurar comunicación con retaguardia o si, por el contrario, fue a vanguardia hacia el río ocupado por el enemigo. Mientras dure la actual concentración enemiga en todo su auge, creo que será expuesto a combates violentos todo intento o servicio a vanguardia de las posiciones».
Censuras e ilusiones
Por los episodios que se sucedieron después, parece que el mismo Silvestre terminó creyéndose las muchas frases que incluía en sus telegramas exigiendo calma a Berenguer. O quizá pecó de inocente. El 28 de junio, según se explica en «Silvestre, o el sueño de un imperio» , los líderes de algunas kábilas aliadas le reiteraron su lealtad. Palabras vacías en no pocos casos, pues muchos de ellos habían recibido telegramas para unirse al movimiento de Abd el-Krim. Pero el oficial español se las creyó y, poco después, licenció a 3.000 soldados veteranos ubicados en la zona. Estos fueron sustituidos por quintos carentes de instrucción reclutados en 1920.
Poco a poco se forjaba el desastre. Y de forma paralela, para más frustración, Berenguer exigía a la prensa peninsular que no divulgara las penurias que, en forma de cartas de soldados e informes pasados bajo la puerta, le llegaban desde África. Valgan como ejemplo las palabras que dirigió a principios de julio a los medios:

«No se duda de que España cumplirá a satisfacción sus compromisos, sin necesidad de refuerzos que no han sido menester y que sin duda no han sido solicitados por el Alto Mando, cuyo propósito constantemente manifestado es por el contrario la disminución de los efectivos militares con la consiguiente economía […]».
En este sentido, el diario El Telegrama del Rif añadió lo siguiente:
«Ha dicho también que considera altamente antipatriótico y muy perjudicial el hecho de que circulen esas noticias reñidas con la realidad de las cosas. Lo que se escribe llega fácilmente a conocimiento del enemigo y puede hacerle suponer que carecemos, lo que repito, no es cierto, de elementos suficientes para combatirle».
Llega el desastre
La realidad era que los rifeños clamaban por conquistar de nuevo el territorio perdido y que, por más que el hermano de Abd el-Krim enviara misivas tranquilizadoras a los oficiales españoles insistiendo en que no se pergeñaba un gran ataque, solo era cuestión de tiempo que la marea mora aplastara a las escasas (y bisoñas) fuerzas diseminadas por un frente que abarcaba unos 5.000 kilómetros cuadrados.
A mediados de julio, por ejemplo, el comandante del peñón de Alhucemas informó con preocupación de que se habían encendido hogueras en las harkas para llamar a los ciudadanos a la lucha. Y a esos informes se añadieron otros tantos de la Policía indígena en los que se informaba de la belicosidad de las aldeas.
«Las confidencias de la Policía Indígena señalaban que había entre 8.000 y 10.000 enemigos, demostrando estar espléndidamente armados y municionados. Asimismo, entre los españoles la posición era penosa, y no solo por lo que se refiere a la moral o al número de hombres, que se estimaban en 4.000, sino porque “de la batería ligera solo funcionaban una o dos piezas”», explica Luis Miguel Francisco (divulgador histórico, autor de siete ensayos históricos y experto en la Guerra de Marruecos española) en su obra «Morir en África. La epopeya de los soldados españoles en el Desastre de Annual» (editado por Crítica y elaborado en base a los testimonios escritos de aquellos que combatieron en Annual).
Al final, mientras Silvestre pasaba unos días en Melilla, convencido de que solo era cuestión de tiempo que pudiesen avanzar sobre Beni Urriagel, la realidad atropelló al general. Igueriben, a cuyo mando se hallaba, desde mediados de mes, Benítez, fue sitiada el 17 de julio. Los rifeños, sabedores de que los españoles necesitaban aguadas constantes y que dependían de convoyes para recibir alimentos y municiones, cercaron la posición. No eran guerrillas aisladas, sino un contingente formado por un gran número de enemigos. A Silvestre, favorito del monarca, se le acabó la estrella. Intentó reunir soldados y regresó a toda prisa hacia Annual. Para entonces ya se había ordenado enviar una caravana de suministros hacia vanguardia. Llegó, pero apenas fue una tirita ante el desastre .

El 21 de julio coaguló la tragedia. Benítez, desesperado, envió un mensaje a Annual cuando se percató de que no recibía refuerzos:
«Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros».
Tras recibir la orden de retirarse, como pudiera, a través del cerco enemigo, y espetar aquello de los oficiales mueren, pero no se rinden, envió un nuevo informe a Silvestre, recién llegado de Melilla:
«Nunca esperé recibir de V.E. orden de evacuar esta posición, pero cumpliendo lo que en ella me ordena, en este momento, y como la tropa nada tiene que ver con los errores cometidos por el mando, dispongo que empiece la retirada, cubriéndola y protegiéndola debidamente, pues la oficialidad que integra esta posición, conscientes de su deber, sabremos morir como mueren los oficiales españoles».
El resto es historia. Silvestre, picado en el orgullo, ordenó preparar a las tropas para salir en su busca, pero fue detenido por sus oficiales. El resto es historia. Una huida primero, otra después y, al final, el desastre. El de Annual, para ser más concretos.
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